domingo, 23 de marzo de 2014

LA PROCESION VA POR DENTRO

JUEVES SANTO

Cuando el Miercoles y el Jueves se juntan, cuando la luna se alza en la noche, de San Pedro y de Mosén Rubí salen dos imagenes, a distinta hora, con distinto tamaño, pero de igual devocion.
La austeridad cobra vida por las calles abulenses, la madrugada del Jueves Santo se hace sentir con el ruido de un tambor y el arrastre de una cruz y una cadena. Todo Avila se tiñe de color negro, color de dolor inmeso de color oscuro y el color rojo, el color de la sangre que derrama el hijo. La fe que mueve una pequeña talla de 60 cm es incomparable. El Cristo de las Batallas que acompaño a los Reyes Catolicos no nos abandona a lo largo del año


Santísimo Cristo de las Batallas, sólo escuchar su nombre se me pone la piel de gallina, sólo escuchar su nombre me lleva a todo el recorrido de mi vida. No es sólo una simple imagen que representa al Señor, es la imagen de mi devoción, la imagen de mi niñez, la imagen de mi adolescencia, la imagen de mi juventud.
La Hermandad es mucho más que un simple grupo de gente que nos unimos para una procesión. Pertenecer a esta Hermandad me hace recordar  a todos esos hermanos que lucharon por llevar hacia delante una devoción a una imagen de  Cristo que hace cinco siglos  acompañaba a nuestros Reyes Católicos en sus batallas.
Lo complicado de ponerse a escribir un sentimiento es que ninguna palabra expresa en totalidad lo que se siente, ya que cada vez que entro en la  capilla de Mosén Rubí y veo esa imagen de Lucca de La Robia se me para el corazón, se me estremece el cuerpo y se paraliza todo pensamiento que pasa por mi cabeza. Esa mirada dulce, aún cargando con la cruz, te mira como sabiendo que  Él carga con la cruz para salvarnos y que nosotros nos acercamos a Él para arrepentirnos de nuestros pecados, para contarle nuestras alegrías, nuestras penas, para hablarle de  lo que nos preocupa o para darle gracias por aquello en lo que nos ha ayudado.
No es sólo la noche del Miércoles Santo y la madrugada del Jueves Santo, es todo un año de rezos, peticiones o acciones de gracias; pero sí es verdad que nunca se borra de la mente ese calendario en el que cuando llego al Viernes Santo ya se los días que quedan para que vuelva a ser Miércoles Santo. Los días pasan lentos desde el Miércoles de Ceniza cuando parece que ya estamos, pero parece que no llega el día. Ese Martes Santo cuando ya la euforia, los nervios y la emoción se mezclan generando un estado similar al que tiene un maratoniano cuando entra en el Estadio Olímpico y ve la línea de meta de esos 42.195 metros y es campeón olímpico.
El Miércoles Santo por la mañana son inevitables dos cosas:  salir a la ventana y mirar al cielo, llueve, hace sol, está nublado, etc.; y la segunda lanzarme a mirar la previsión meteorológica para esa noche en siete u ocho sitios distintos. El resto del día es cierto que pasa con una tranquilidad desconcertante, ya que cada hora que pasa es una hora menos que nos queda para poder tener sobre los hombros a esa imagen de  Cristo al que tengo devoción desde que tengo memoria. Un sueño durante años que ahora ya se hace realidad que es el coger la túnica negra, ponérmela, atarme a la cintura el congelo de esparto y echarme el cordón rojo al cuello. Años pasé viendo a mi padre como repetía el ritual  y me moría de envidia porque él acompañaba a nuestra imagen moderna y cargaba en sus hombros a la imagen antigua. Pero ahora soy yo, cada año con la misma pulcritud y el mismo nerviosismo que el primer año que me vestí como penitente de la Hermandad.
Pero sin duda el momento de mayor nerviosismo es cuando, ya en la Iglesia de Mosén Rubí un hermano anuncia: "Por favor, los Hermanos Anderos pasen a la sacristía", el corazón parece que se quiera salir del pecho porque momentos después ya salimos cada uno en dirección a nuestro sitio, a ese lugar tan especial que ocupo dejando el hombro debajo del peso del Señor.
Instantes después ya suena la campanilla que nos indica que hay que levantar el paso, en ese momento al Señor de las Batallas le cambia la cara, parece que sabe que va a salir a las calles de nuestra ciudad y que todos los abulenses y los venidos de fuera le van a mirar, igual que Isabel y Fernando lo miraban en las campañas que realizaban. Hay gente que dice que es imposible que a una escultura de barro le cambie la cara, pero es cierto que cada año al salir a la calle esa cara se inunda de mayor ternura.
Impresionante es ver desde el lugar privilegiado del andero, como el resto de los Hermanos con sus antorchas van abriendo el camino al son de los tambores destemplados y del toque de silencio. El sonido del tambor y de la vara marcándonos el paso a los anderos es la tónica de nuestra Hermandad. Orden, silencio, el sonido de los tambores es lo que año tras año vamos dejando atrás, lo que va anunciando que nos volvemos acercando a casa y que  Cristo me va a mirar por última vez esté año en las calles de la Jerusalén Castellana.
Sólo contar una pequeña anécdota, hoy (23 de marzo) hace veinticinco años salía, por primera vez a las dos de la mañana del Jueves Santo, la imagen del Santísimo Cristo de las Batallas (La imagen de Lucca de La Robia, siglo XV), pero no salía, iba a salir a la hora prevista ya que un aguacero hacia retrasar una hora la salida y el 23 de marzo de 1989 a las tres de la mañana volvía a salir desde su casa el Cristo que acompañó a los Reyes Católicos en sus batallas y que ahora portaban sobre sus hombros nuestros hermanos con gran devoción.

Javier González Blázquez 

No hay comentarios:

Publicar un comentario