sábado, 15 de marzo de 2014

LA PROCESION VA POR DENTRO

LUNES SANTO

Tarde de Lunes Santo, Iglesia de San Juan Bautista, el crujir de unas puertas retumban desde la calle, dan paso a la Esperanza, madre del Hijo traicionado por un beso.
Verde y blanco tiñen una tarde que llora por el anuncio de una muerte, los hermanos salen en procesion detras de la cuz de guia. Jesus de la Salud se asoma timidamente por el dintel de la puerta. Traicionado por Judas,un beso que anuncia toda una semana de Pasión y Dolor.
Y detrás, mirando al Hijo sale la Esperanza, la Reina de San Juan, sale triunfante llevada a hombros por sus hijos que la quieren. Verde Esperanza, madre de los que acuden a ti, tus hijos braceros se arrodillan para curzar el arco que lleva tu nombre. Y de repente en una plaza abarrotada de cientos de ojos, Maria enuentra a su Hijo muerto en una cruz, una Ilusion que se ha desvanecido. Se ha parado el tiempo madre e hijo una frente al otro. Lagrimas que recorren por unos ojos de la madre y sus hijos al ver tan emotiva escena.
Los hermanos de la Esperanza nos cuentan como se vive esta procesion.

 Lunes Santo... Lunes de verde y blanco... Lunes de Salud y Esperanza... Lunes de nervios, de emoción, de sentimientos a flor de piel... Lunes que significa Gloria.
Se habla de penitencia, de esfuerzo, de sufrimiento, sin embargo para mi es una necesidad llevar al Señor sobre mis hombros, además de sentir algo tan grande e inexplicable como es ser sus pies durante unas horas. Él me ha acompañado durante todos los días del año, cuida de los mios que están con Él en el cielo, ¿cómo no voy a acompañarle yo un día? y lo voy a hacer como Él se merece con cariño, con elegancia, repartiendo Salud a todo el que haya ido a verle. Y detrás de Él su madre la Esperanza, Reina de Ávila. Que combinación tan necesaria para muchos, cuanta gente necesita Salud y Esperanza y que privilegio tan grande es repartirla por las calles, paseando a nuestros Reyes. Lunes Santo... todos los días, todos se piensa en esos momento en esas horas que se escapan entre los dedos, que se hacen tan tan cortas, en las que deseo que el tiempo se desvanezca y llevar siempre sobre mis hombros al Hijo de Dios, ¡que el Lunes Santo se haga eterno!

Cuaresma. Espera. Ilusión. Podría decir que todos los días del año sueño con uno solo. Más aún en Cuaresma. Estoy seguro que, como yo, muchos otros cofrades sienten lo mismo. Un día marcado en rojo en nuestro calendario marca la espera de todo un año. 40 días de Cuaresma. Días de ayuno, penitencia, días de cultos como el Triduo a nuestro Titular, con su correspondiente besapiés. Días que culminan en la Semana en la cual nos gustaría a muchos vivir eternamente, en la semana que nunca queremos que acabe, en la semana de la que aprovechamos hasta el último instante, el último aroma y, hasta el último compás de la última marcha. Son siete días, alguno más si contamos las vísperas. Pero de esos siete, uno es más que especial. Lunes Santo. Lunes de Salud. Lunes de Esperanza.
Según se va acercando ese día los nervios van creciendo, el ritmo en los ensayos de las cuadrillas de braceros aumenta a la misma velocidad que nuestras ansias por sentir a Nuestro Padre Jesús de la Salud y Ntra. Sra. De la Esperanza sobre nuestros hombros.
Esos días de vísperas, como son el Viernes y Sábado de Dolores se viven intensamente en la hermandad, más aún en las cuadrillas de los dos pasos. Son frecuentes las visitas a San Juan para no descuidar el más mínimo detalle. El Señor y la Señora, los Reyes de Ávila, tienen que lucirse un año más como merecen.
Domingo de Ramos. Nada más despertarte subes a San Juan. Los ves ya en sus pasos, preparados para un momento casi tan especial como la propia salida. El retranqueo. El primer momento en el que el peso que llevas sobre tus hombros deja de ser unas vigas como era en los ensayos para convertirse en el Hijo y en la Madre de Dios. La primera vez que los sientes sobre ti. Los miras fijamente, nervioso les pides suerte en la estación de penitencia del día siguiente. Unas cuantas levantás para poder ver que todo está en orden. Tus nervios se funden con las expresiones, también nerviosas del resto de compañeros de tu cuadrilla.
Comienza una larga, muy larga noche. Una noche que deseas pase rápido. Que corran las horas. Que sea ya Lunes Santo. Que sea el día de repartir Salud y Esperanza. Que se tiña Ávila de blanco y verde. Intentas dormir, pero no puedes. Los nervios se apoderan de ti. El momento que tanto llevas esperando, está solamente a unas horas de comenzar y a otras tantas de acabar.
Las marchas con las que Jesús de la Salud se moverá entre las calles de la ciudad al día siguiente resuenan en tu cabeza. Miras tu uniforme de bracero una y otra vez, te parece, incluso; oler el incienso que forma esa nube entre la que aparecen nuestros Titulares. Y piensas en Él. Estás a solo unas horas de llevarlo contigo, de sentirle más cerca de ti, de acompañarle un día sabiendo que él te acompaña todos. Confiando en que el tiempo te deje salir, miras la ventana antes de caer dormido más que por ganas, por el cansancio.
Después de unas pocas horas, y ya cuando los nervios se han apoderado totalmente de ti, repites el mismo gesto al despertarte: miras por la ventana. Un sol espléndido. Un sol de Lunes Santo. Un sol que sólo Ellos se merecen. Apenas sin desayunar subes a San Juan, pues allí te están esperando preparados para salir. Las flores en su sitio, la cera perfectamente colocada, los enseres dispuestos y ordenados para la salida. Sientes que es el día con el que todo un año has soñado. Los ves ya en sus pasos ¿con la misma cara y aspecto que ayer? No. Se les nota que quieren salir, que quieren encontrarse con su gente, con su barrio, con su ciudad. Te despides mirándoles fijamente a los ojos y les dices: “en unas horas nos vemos”.
Después de comer, o al menos intentarlo, cuentas las horas para vestirte con tu ropa de bracero. Incluso antes de lo que sería lo normal lo haces, pues ya no puedes con los nervios. Y subes a San Juan. Es el único lugar en el que quieres estar. Allí te encuentras con tus hermanos braceros que, al igual que tú, no aguantan en casa y quieren estar junto a Ellos. Te enfajas, ayudas a enfajar a tus compañeros. Das y te dan abrazos con los que se  desea una buena estación de penitencia. Juramento de Silencio junto a toda la Hermandad. Llegada de las bandas…
Qué no corra el reloj. Que viva eternamente estos momentos. Momentos en los que sale la Cruz de Guía, momentos en los que, tras tres golpes de martillo, te colocas en tu trabajadera dispuesto a llevar al Señor como solamente el Rey de Ávila se merece. Los nazarenos van saliendo y llega el momento de repartir Salud y Esperanza. El paso cruza la puerta de San Juan.
Cristo ha salido para encontrase con los suyos, con su gente. Con el himno nacional y con las primeras chicotás empiezas a darte cuenta de todo lo que ha pasado en este año. De la gente que tienes a tu lado, de la que ya no está, de todo lo que ha cambiado tu vida en 365 días y, sobre todo, te das cuenta que, una vez más, llevas a lo más grande sobre tus hombros.
Y tras Él, su madre. Nuestra Señora de la Esperanza, la Reina de Ávila. La luz que guía nuestras almas, el ancla en esta marejada, el faro en nuestra oscuridad. Sigue a su Hijo que está siendo traicionado con un beso por el que parecía uno de los suyos.
Mientras las marchas van sonando, mientras vas recorriendo las estrechas calles de nuestra ciudad piensas, en una sola palabra: Salud. No pides otra cosa. Salud para ti, pero sobre todo, para los tuyos. Al igual que para todos aquellos que abarrotan las calles para poder contemplar al de las manos abiertas, al de los ojos verdes.  Pides también poder vivir esos momentos un año después.
Con cada marcha te emocionas aún  más. A pesar del cansancio no quieres que se acabe. Quieres que la noche no llegue a su fin. Quieres que la banda no deje de tocar. Quieres seguir repartiendo Salud.
Quieres seguir, orgulloso, junto a Él en una chicotá eterna…
Daniel Gago.



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