Costales preparados, velas de cera apoyadas en las paredes
que junto a los capirotes blancos esperan ver la luz del sol. El compañerismo
se une a la fe, entre todos se ayudan para preparar el costal sobre el que
llevaron a sus Reyes. El palio espera ansioso cobijar a la Madre de Dios, que
permanece tranquila sobre su paso, mientras mira frente a frente a su Hijo
querido maniatado.
Tres golpes en el portón anuncian el comienzo. El sol esta
en lo más alto, cielo azul como ningún otro año ha podido contemplar esta
Hermandad. La cruz de guía sobre los peldaños de la escalinata asciende hasta
la calle para empezar su caminar. Blanco y esparto inundan las calles de Ávila
en esta tarde. Cientos de personas alrededor de esa pequeña puerta, se agolpan
para contemplar uno de los momentos más impresionantes de la Semana Santa
amurallada.
El silencio se hace presente, solo el racheo de las
zapatillas y el golpe del capataz sobre el martillo irrumpen este mágico momento.
No queda otro momento, no hay palabras que describan ese magnífico instante. ¡Parece que
la puerta se ha hecho más chica! Un juicio se está celebrando en este momento. Jesús
Redentor pisa una vez más el suelo abulense. Llevado por sus hijos, por esos
costaleros que lo darían todo por Él, por los que están y no están. Así quedó
plasmado en la primera levantá, por todos los abuelos que están viendo desde lo
alto del cielo ese precioso momento, en el que Jesús es levantado a lo más alto
del cielo. Sube las escaleras poco a poco, sin prisa hay que hacerlo bien, Él
tiene que andar a ritmo de corneta y tambor, a sones del Amarrado de Ávila que cada año contempla esta estampa
desde la parte trasera.
Y si el Señor ya camina por Ávila, es el turno de su Santa
Madre. El palio ya se encuentra en la calle, el costalero tiene la rodilla en
tierra, ya camina despacio la Reina de las Gordillas. Azul en su palio, azul en
su manto y azul en el cielo, que bello contraste en este momento tan intenso.
El reloj se ha parado en ese instante, los aplausos inundan el corazón de esos
que van debajo. ¡Con ella arriba y al cielo! Novedades en un paso que estrenaba
respiraderos. Estrella de la mañana, refugio de los pecadores, Madre del Redentor,
Reina del Cielo, Rosa Mística... Infinidad de nombres que se contemplaban en
esas pequeñas cartelas que repujadas a mano con suma paciencia, lucían esplendidas
bajo la Estrella del Cielo. Engalanada como una reina, vestida con el mayor de
los cuidados por su vestidor que hace maravillas con sus manos y dejan ver tan
realce de belleza que no se puede igualar con nada. Ya sube la escalera, ya está siendo elevada al
cielo y, al llegar a lo más alto, la mejor de las lluvias que podía caer en
esta tarde. Pétalos y flores llenan la calle y el palio de la Virgen de la
Estrella. Un barrio que la quiere que lo demuestra cada año desde los balcones
inundando de flores un recorrido a la más grande: María.
El recorrido avanza hasta el Convento de San José, donde el
instante cumbre se realiza al pasar por la pequeña calle. Golpe de llamador
para los costaleros, preparados que suena la música para levantar a pulso al
Redentor del Cielo. Que bello momento, que imagen grabada en la retina para
aquel abulense que espera la procesión desde tiempo atrás. La Estrella ya
viene, con un ramo de flores en sus manos que regalará a los Madres Carmelitas
Descalzas que residen en el Convento de San José. Ellas con mucho cariño se
ponen a los pies de su Madre Estrella, al pasar la rezan por las ventanas.
Las calles empedradas de Ávila se hacen presente cada vez
más, la Muralla esta participe a la vera del juicio que al pasar por la calle
San Segundo, Jesús Redentor no tiene tanta tristeza al ver los abulenses que lo
acompañan y se unen en su dolor. Lágrimas de María que caen por unos dulces
ojos llenos de sentimiento. El sol se
une en su caminar. Santa Teresa desde lo alto de la Palomilla ve la estampa tan
bella que deja el cortejo procesional cuando Nuestra Señora de la Estrella
atraviesa la Plaza del Mercado Grande a ritmo de la Banda de música Ciudad del
Tormes.
El recorrido se va terminando, la noche va cayendo cuando la
Cruz de Guía enfila la escalinata para pasar el dintel de la puerta. El
Redentor llega en ese momento cuando el cielo nos ofrece ese magnífico azul
intenso, cuando el Juicio en el que Caifás ha vuelto a condenar al Hijo de
Dios, se ha resuelto con un final trágico para todos. Pero más pesada es la
carga que lleva, tras Él, su santa Madre. Con una espalda que atraviesa el
alma, María llega desconsolada, afligida hasta la calle donde todo empezó hace
unas horas. Allí un bello acontecimiento sucede, rodilla en tierra por parte de
los Costaleros del Redentor para rendir homenaje y rezar ante su madre, que los
ha acompañado durante todo el recorrido aunque no la vieran. La Estrella baja
los escalones que la alejan de su casa, donde Ella se encuentra a gusto y no
quiere dejarlo.
Un año más se ha cumplido, las inclemencias del tiempo no
han hecho estrago como años anteriores. La cera se ha fundido, la candelería ha
llorado como la Estrella a la que ilumina. Las saetas sonaron desde la garganta
del Cascabel de Ávila. Los costaleros han visto su esfuerzo cumplido, han hecho
caminar con elegancia a el Señor y su Madre, los han levantado al cielo una y
mil veces. Las lágrimas han recorrido sus mejillas en cada levantá, en cada
chicotá y en cada revirá. La fuerza, las ganas, el tesón y la alegría por lo
que los une y gusta se ve en estos momentos. Un año más la Estrella ha sabido
brillar en el cielo de Ávila.