viernes, 4 de abril de 2014

PREGON DE LA SEMANA SANTA DE LEON EN AVILA

PREGON DE LA SEMANA SANTA DE LEON EN AVILA
 A CARGO DE
 D. RAFAEL MENENDEZ

Estación de autobuses de León, madrugada. Sentados tranquilamente en nuestros asientos, Mario y yo esperamos pacientemente a que arranque el autobús que nos llevará desde León hasta Valladolid. Sostengo en mi mano derecha un bolígrafo y en mi mano izquierda, unos folios, todos en blanco. Tan blancos como la nieve que en invierno cubre las montañas de León. Mientras sigo esperando a que dé comienzo nuestro viaje, intento poner en orden el caos que domina mi mente. De repente, noto que el autobús empieza a vibrar. Lentamente, empezamos a desplazarnos hasta enfilar la salida de la estación y salir a la carretera. Me intento relajar, dejándome llevar por el movimiento del autobús, y miro los folios. En ellos hay algo escrito, pero en un idioma que desconozco. Pongo en orden mis pensamientos: en los últimos días, el gestor de una página web cofrade me había propuesto escribir un pregón sobre la Semana Santa en León, a lo que acepté inmediatamente, sin meditarlo. Tal vez lo valiente huera sido haber dicho “no”. En medio de esa desesperación, veo que comienza a amanecer. Los primeros rayos de Sol empiezan a acariciar todo en cuanto me rodea. Fugazmente, la imagen de mi estampita de Nuestro Padre Jesús Nazareno, la que siempre llevo conmigo en la cartera, cruza por mi mente, regalándome una sensación de alivio. Cierro los ojos, y el tiempo se para... el ruido del autobús desaparece, Mario se esfuma... y empiezo a percibir el sonido de las campanas de la Catedral, el ajetreo de niños vestidos con túnicas y cruces en la mano, el olor a incienso y el sonido de cornetas y tambores... no me cabe ninguna duda, estoy en mi tierra, en León, y el corazón me palpita fuerte porque sé que es... Semana Santa.
Me llamo Rafael Menéndez, y soy “papón”, cofrade de León. Un papón que sabe que al escribir esto tiene una gran responsabilidad: la de llevar un paso muy pesado, sobre el que descansan gran parte de nuestras señas de identidad, nuestra historia y nuestra cultura. Así que intentare arrimar el hombro con decisión, pero con cariño, con orgullo, pero con humildad, con alegría, pero con respeto. Y podría hacerlo centrándome en el verdadero, e indiscutible, protagonista de la Semana Santa: ese Jesús Nazareno que, hace más de dos mil años, nos dejó un mensaje de amor, humildad y sencillez. O también podría hacerlo centrándome en la historia de nuestras cofradías, artífices de nuestra Semana Grande. También podría enfocarlo hacía el punto de vista turístico, evocando la historia de esta ciudad milenaria, antigua capital de uno de los reinos que formaron España. O, ¿por qué no?, podría hablar de esa industria, y digo bien, que existe en torno a la Semana Santa: bordadores, orfebres, músicos, compositores, imagineros, etc., existentes por todo el territorio español, para los cuales los trabajos relacionados con la Semana Santa llegan a suponer su principal fuente de ingresos. Como puede verse, los temas con los que podría desarrollar este pregón son diversos. Pero, sin embargo, no es de nada de eso de lo que yo quiero hablar. Aunque no soy el primero que lo hace, de lo que yo quiero hablar es de la gente. Sí. Esa gente que vemos en las aceras de nuestras calles contemplando, cada uno a su manera, los desfiles procesionales. Desde el que se santigua al paso de un Cristo o de una Virgen, hasta la señora que, año tras año, contempla desde la misma esquina, emocionada, el transitar de las procesiones. Esas personas que muchas veces observamos, y que otras veces somos. Y comienzo con una persona llamada Jorge. Que aunque no viva en León capital, su corazón siempre está ahí, junto a su cofradía de Jesús Sacramentado. Gran amante de la Semana Santa en general, enamorado de su mujer y su hijo y devoto de la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Esperanza Cautivo ante Anás. Como cada Sábado de Pasión, Jorge se levantará temprano, cuando por las calles leonesas aun suenen los ecos de la Salve cantada la noche anterior a la Virgen del Mercado, para ayudar a preparar a su Señor y dejar todo listo para esa tarde. Cuando se acerque la esperada hora, se acercará al patio de la Real Basílica de San Isidoro, ataviado con traje oscuro y llevando en una bolsa la túnica que vestirá casi inmediatamente, donde le estará esperando, reluciente, el Señor Cautivo ante Anás. En los salones de la basílica, los hermanos se ciñen sus respectivas túnicas, entre abrazos y saludos, para después tener, todos juntos, en hermandad, un momento de reflexión y oración ante el Santísimo. Pero no daré muchos detalles sobre lo que ahí se vive, porque muchas veces es algo íntimo. Cuando llegan las seis de la tarde, Jorge pasa directamente a la acción. Empieza a disfrutar con los primeros momentos de la procesión: la primera llamada, el lento caminar del paso del Cautivo en el interior del patio... así hasta que, por fin, sale a las calles de León la primera cofradía de la Semana Santa, y Jorge ya está, completamente, en su salsa. De su garganta van brotando las órdenes que los braceros del Cautivo acatan con una impecable coordinación: “¡Oído izquierdo, vámonos! ¡Oído, tres pasos! ¡Oído aliviao!” Y, poco a poco, se van perdiendo, a lo largo de la calle Sacramento y la plaza de San Isidoro, hasta llegar a la calle del Cid, Jorge y su Cautivo, el Señor de San Isidoro.

A pesar de estar mandando el paso del Cautivo, Jorge seguirá pendiente de la puerta del patio de San Isidoro, pues, lentamente, empiezan a asomarse las andas del paso de la Virgen de la Piedad y del Milagro, copia de la que, según una bonita leyenda, lloró sangre en el siglo XII, prediciendo al por aquel entonces abad de la basílica, Santo Martino, una gran batalla entre los reinos de Castilla y de León, con la victoria del segundo. Con su característico trono, al que algunos llaman cariñosamente “la bombonera”, se suma al cortejo procesional y avanza por las calles por las que acaba de pasar el Señor Cautivo. Pero eso no es todo, Jorge intentará seguir estando pendiente, porque el palio de Nuestra Señora de la Esperanza hace su aparición por la puerta, que en ese momento parece hacerse más y más pequeña. Jorge, seguro, no puede evitar emocionarse al ver a la seise del paso que ahora se incluye a la procesión dar las órdenes con las que los braceros de la Virgen de San Isidoro llevan a su Señora, que cierra el primer cortejo penitencial de la Semana Santa leonesa. Su hermana Susana demuestra que es “de la Esperanza” hasta la médula guiando el caminar de los emocionados braceros por las calles más emblemáticas de León. María y María José, siguiendo las órdenes de Susana, arriman el hombro y le dan a su señora su tradicional “paseo” de Sábado de Pasión, esta última con la mente puesta, seguramente, en su Sevilla natal, a la que visitará muy pronto, pues ya son algunos años en los que el antiquísimo alminar de la antigua mezquita aljama de Sevilla, la “Giralda”, y su Esperanza Macarena dejan espacio en su corazón para el impresionante rosetón de la Catedral de León y para la Reina de San Isidoro. Así va transcurriendo la procesión, entre los fogonazos de los “flashes” de la cámara de María Edén, extraordinaria fotógrafa, pues esta es su forma de disfrutar de una de sus procesiones favoritas, hasta llegar a uno de los puntos claves del itinerario: la calle de La Rúa. Aquí, los pasos empiezan a picar. Mucho. Las farolas que en pocas horas iluminarán la ciudad parecen acercarse unas a otras, desde los dos extremos de la calle. Con pulso firme, Susana va dando indicaciones a sus braceros, con cuidado de que los varales del palio no golpeen en las farolas. Es un gran momento de coordinación y de demostrar que la unión hace la fuerza. Tras dejar atrás esa calle, la procesión continua hasta llegar al momento preferido de Jorge: la plaza de San Martín, donde, con sus órdenes, hace posible el mayor lucimiento de los braceros. Más adelante, llegará su otro momento al ver abiertas las puertas de la Capilla del Santísimo Cristo de la Victoria, que durante la mayor parte del año permanece cerrada, casi olvidada, pero que aquí se hace protagonista cuando los braceros del Cautivo realizan un emotivo acto, en forma de saludo, ante ella.
En una acera, con la cámara de fotos en la mano, Javi se seca las lágrimas. A pesar de no ser papón, la Semana Santa es su momento del año, el cual vive con tanta intensidad, o más, que los que en esas fechas se visten con túnicas y capirotes. Seguirá el cortejo procesional hasta su recogida, para él también es una de sus procesiones favoritas, y se irá a descansar, pues, en pocas horas, por la puerta de ese mismo patio de San Isidoro, saldrá la Borriquita, sencilla y sentimental. La que en la plaza de San Marcelo contempla la multitudinaria bendición de palmas por parte del señor obispo, para después acerarse a recogerse a la Santa Iglesia Catedral, la joya de la corona de León. Tras eso, es un buen momento para acercarse a las distintas iglesias y patios de conventos de los que saldrán el resto de procesiones de ese Domingo de Ramos. Para Javi es uno de sus momentos preferidos, porque puede fotografiar los pasos con más tranquilidad que cuando están en la calle.
Las horas pasan, y siendo Semana Santa hay veces que rápidamente y otras lentamente, no hay término medio, y el patio de las Trinitarias comienza a llenarse de gente con túnicas negras y adornos plateados, y caras de emoción. A las cinco de la tarde, cuando las puertas del patio se cierran con todos los hermanos del Cristo del Gran Poder dentro,  tres seises de la cofradía se acercan, cubiertos con sus respectivos capillos, hasta la puerta, y uno de ellos llama con su vara de mando. Inmediatamente, las puertas se abren de nuevo, dejando salir a la Cruz de Guía, que anuncia la inminente salida de la procesión. Uno a uno, los cinco pasos que pone  en la calle el Gran Poder en la tarde del Domingo de Ramos van haciendo aparición por la puerta. El primero, Los Apóstoles, tres espectaculares tallas anónimas del siglo XVI que en su momento formaron parte del antiguo retablo de la Catedral. En cuanto el paso hace su aparición por la puerta, Javi comienza a captar cada uno de los momentos en forma de fotografía, recogiendo en ellas algunos detalles del original y característico exorno floral que llevan los pasos de esta cofradía. A medida que va desapareciendo por la calle Arquitecto Ramón Cañas del Río, Javi dirige su mirada a la marea de capirotes de la agrupación musical que acompaña, especialmente a una figura delgada y alta que sopla la corneta como si no hubiera mañana. En cuanto la ve, Javi sabe quién es. Y yo también. Se trata de su antigua compañera de colegio, Ana, que este año por fin ha logrado su sueño de tocar la corneta. Observa  cómo, por la misma calle, desaparecen también Ana y su corneta, al tiempo que el paso de La Oración en el Templo sale a la calle, seguido de la imagen titular del cortejo: el Cristo del Gran Poder, el que con una mano señala la condena y con la otra, la salvación. Se cierra la primera de las procesiones de esa tarde con el San Juan y la Virgen del Gran Poder y su palio trinitario. Y es precisamente en el San Juan donde me centraré ahora, porque Javi, después de, seguramente, fotografiarle cuando pasa por delante de él, vuelve a fijar su mirada, pero esta vez en dos de sus braceras, que empujan el paso como si lo llevaran ellas solas. Es la mejor forma que tienen Mir y Nerea  de demostrarle a su San Juan su cariño y devoción, quien, en palabras de Mir, “es el más guapo de todo León”, ¡y que nadie diga lo contrario! Como cada Domingo de Ramos, vivirán momentos de emoción, tal vez cuando suene la marcha “Y contigo hasta el Cielo”, la favorita de Nerea.

La procesión continúa por las calles de Los Cubos y Las Carreras, y las murallas romanas de la ciudad parecen quedarse pequeñas a su paso. Es entonces cuando, al pararse el paso del Cristo del Gran Poder ante ellas, se ve como, entre las filas de la banda que le acompaña, se ve un ligero movimiento. Una de las personas componentes se sale de su puesto y avanza en dirección al paso del Cristo titular. Laura tiene el corazón dividido entre su Gran Poder y su Santa Marta, a la que pronto llegaremos, y en esa tarde primaveral tendrá, con el primero, un encuentro íntimo, cercano. Estoy seguro que en ese momento se acuerda de sus padres, de su pareja, y de demás familiares por lo que va a orar, en ese preciso instante, ante ese Cristo triunfante entrando en Jerusalén. Y es que esas personas por las que va pedir, lo necesitan. Es un saco lleno de cosas, compuesto de situaciones, sucesos y demás, el paso que Laura puja todo el año, siendo la bracera más firme y sin perder el paso en ningún momento. Un saco que parece vaciarse cuando, por su boca, salen vomitadas todas esas cosas en forma de saeta, ante la imagen, firme y poderosa, que tiene delante. La calle permanece en silencio, las murallas, definitivamente, se hacen pequeñas. El mundo se reduce a Laura y al Cristo del Gran Poder. Ahí no hay más que ellos dos mientras Laura mantiene ese dialogo con su amigo... un diálogo que,  cuando termina, es merecidamente aplaudido, pues es curioso, como poco, ver el canto de una saeta en León, algo que los asistentes guardarán en sus corazones. Laura vuelve a su puesto con sus compañeros de la banda, que la felicitan después de ese momento que les ha regalado a todos, Jesús, Lucía, Marcos y demás. El seise del paso del Gran Poder llama, los braceros obedecen y le levantan, y la procesión continúa hasta el llamado Arco de la Cárcel, donde, entre palmas y ramos de olivo, los que esa mañana fueron bendecidos ante la Borriquita, es recibido, recreando así la entrada triunfal en Jerusalén. Javi, tras disfrutar de esos momentos, se acercará, cámara en mano, hasta el Convento de San Francisco, de dónde sale, entre los solemnes cantos del rosario de la Buena Muerte, la espectacular imagen de Jesús Nazareno “El Dainos”, quien, horas después, entrada la noche, recreará el encuentro de Jesús con su Madre en la calle de la Amargura cuando se encuentre, en la calle de Santa Nonia, a las puertas de la iglesia del mismo nombre, con la Virgen de las Lágrimas de la cofradía de Angustias. Cerró la noche viendo el cortejo solemne y sobrio de la Redención, a golpe de horqueta, una cofradía de raíces puramente leonesas, disfrutando especialmente del paso de Nuestra Madre de la Divina Gracia, siempre le ha gustado esa Virgen, desde su bendición en el incomparable marco de la Iglesia de San Marcos. Después de eso, se fue a casa, a dormir. La noche del Domingo de Ramos al Lunes Santo hay que dormir mucho, hay que coger fuerzas para esa marea de fe, ilusión y sentimiento que significa... acompañar o ver al Nazareno por las calles de León.

En torno a las siete de la tarde, la Iglesia de Santa Nonia ya es un hervidero de gente. Hermanos de las tres cofradías centenarias, las tres "negras", de León, abarrotan la iglesia para celebrar, en primer lugar, el último día de triduo a Nuestro Padre Jesús Nazareno. Seguidamente, comienza a organizarse el cortejo, la más antigua de las cofradías, Angustias, es la primera en salir, con la muy antigua talla de la Virgen de las Angustias. Jorge hoy sale de bracero suyo. Cuando el paso de esta Virgen hace su aparición por la puerta de Santa Nonia, entre los aplausos del público, Dani empieza a hacer sonar su corneta tras su paso. Sé que para él no hay nada como tocar con su cofradía. Dani es un papón de verdad, que vive su fe y su pasión todos los días del año, igual que su amor por Mir, quien hoy, a la vez que descansa de la procesión con su San Juan del día anterior, disfruta, como Mir, de las procesiones del Lunes Santo. Cuando la Virgen de las Angustias está casi ante el Convento de las Concepcionistas, llega el gran momento: Nuestro Padre Jesús Nazareno cruza la puerta de Santa Nonia, donde Iván y Javier le esperan para acompañarle musicalmente por las calles de León. Javi deja de fotografiar un momento, cuando ve la imponente figura del Señor de León atravesar San Francisco. Siente que la emoción le invade. Aunque ese día no le acompañe la imagen del Cirineo, como lo hará el Viernes Santo, sabe que el Nazareno hoy lleva otro Cirineo, y solo él sabe que está ahí. Su abuela seguro que se siente parecida a él, en el aniversario de la muerte de su primo, quien ese día es el Cirineo del que ahora camina por las calles de León desatando emociones, entre “flashes” y oraciones, el que venció la guerra de las guerras, que en ese día sale a la calle para recoger ese alma que le acompañará, como fiel Cirineo, en su transitar por el viejo León, y se quedará para siempre con Él. A medida que va avanzando, dejando la salida libre para la Virgen de la Piedad, obra de Salvador Carmona, de la cofradía de Minerva, que cierra esa procesión de hermandad entre las tres cofradías leonesas más antiguas, Javi se acuerda también de otros familiares que deben estar junto a Él. Se acuerda de su abuelo; de los amigos de sus abuelos, que eran como de la familia; de su tío abuelo, abuelo de su prima María, que en unas horas saldrá con el Santo Sepulcro, y de tantos otros que, de una forma muy seguida y en poco tiempo, se habían ido. Como dije, aunque no sea papón, la Semana Santa es su momento del año, y es que, aunque no haya sido bracero, Javi sabe lo que es llevar un paso. Porque más de una vez ha tenido que llevar uno.

Hablando del Santo Sepulcro, hasta allí vamos, hasta el Convento de las Concepcionistas, ante el que han pasado, horas antes, los pasos de las cofradías centenarias. Ahora, son las puertas de su iglesia las que se abren, dejando salir el solemnísimo cortejo que acompaña al Santísimo Cristo Esperanza de la Vida, ese Cristo despertando de la muerte, llevado en una sencilla parihuela, para rezar, junto a Él, las Cinco Llagas. Ana, corneta en mano, le acompaña, su música son sus rezos en esa noche.
Mientras tanto, Francisco Javier, al frente de su banda, acompaña el lento caminar de la hermandad de Santa Marta por las calles del centro de la ciudad. Alberto, Jairo, Andrea, Eugenio, Jesús, “Machín”, Valeria, Clara, Casanova, Tamara, “Pájaro”, Marta, los hermanos Llamazares, “Nuska”, Javier y Carlos Tascón… el gran grupo dirigido por Francisco Javier, ataviados con traje alabardero y gorro de tres picos, ¡que no tricornio!, en palabras del director, pone el acompañamiento musical a esa noche enlutada que acompaña a los hermanos de Santa Marta. “La Cena” de León y el Rosario de Pasión. Cinco grupos escultóricos, traídos de diferentes pueblos de la provincia, son los protagonistas de este cortejo que va parándose, ante diferentes iglesias, para llevar a cabo los rezos que escribiera Santo Domingo de Guzmán, finalizando la procesión con una letanía a la Santísima Virgen. Por supuesto, Laura estará participando en el cortejo, siempre fiel a su Santa Marta. No hay cansancio tras la procesión del día anterior, nada le impedirá disfrutar acompañando a su hermandad, a los sones de “La Cena”. Y así se cierra la noche del Lunes Santo, entre letanías y piropos a la Madre de todos.
Cuando amanece el Martes Santo, en Luisma, Hugo, Ruth, Patri y las dos Lydias amanecen los nervios y la ilusión de los que van a acompañar a sus titulares por la calle. A medida que van pasando las horas, esos nervios van incrementando, hasta que llega el momento de ponerse la túnica y dirigirse, de nuevo, a la Iglesia de Santa Nonia, donde la Virgen de las Angustias, descansada de la procesión del día anterior, se encuentra de nuevo preparada para salir a la calle. Esta vez, los dos pasos que la acompañan también son marianos, y de la misma cofradía. Una de las Lydias, Patri y Ruth salen acompañando musicalmente a la Cruz de Guía, la otra Lydia sale de hermana de fila y Luisma y Hugo intentarán encontrar un brazo libre en alguno de los pasos durante el recorrido. La imagen por la que todos ellos sienten devoción, fe y por la que año tras año se ponen la insignia dorada en el pecho, es Nuestra Señora de la Soledad, que presenta un aspecto rejuvenecido tras su reciente restauración, mostrando una cara más parecida a que tuvo originalmente. Mientras charlan tranquilamente en el interior de la iglesia, a la espera de que empiece a organizarse el cortejo, pasa a su lado, sin que se den cuenta, Gerardo, el viceabad de la cofradía, que va de acá para allá asegurándose que todo esté perfecto, al tiempo que, por la cercana Plaza de San Francisco, la cofradía del Perdón camina lentamente en dirección a la Catedral, para cumplir con la tradición de liberar a un preso en la tarde del Martes Santo. Allí irán Ana y Paula, llevando el pequeño paso del entrañable Cristo de la Esperanza. Volviendo a la Iglesia de Santa Nonia, se ve como, por la puerta, empiezan a asomar, por fin, la Cruz de Guía y el precioso guión de la cofradía de Angustias. En perfecto orden, van saliendo los tres pasos marianos que dicha cofradía saca a la calle cada Martes Santo. La Virgen de las Lágrimas abre el cortejo, seguida de la Virgen de las Angustias, donde de nuevo irá Jorge pujando, para terminar con el rostro sereno y a la vez abatido de la Señora de Santa Nonia.

Detrás de Ella, Dani hace sonar, del mismo modo que el día anterior, su corneta, pero yo creo que esta vez con más ganas, porque la imagen por la que siente devoción él también es por la que va acompañando ahora, por la Plaza de las Cortes. El punto y final a este día lo ponen los cantos sencillos y devocionales del Grupo Andadura ante el convento concepcionista, que parece con ellos querer consolar a esas tres Madres rotas por el dolor, y el sobrecogedor Vía Crucis claustral, cantado al modo tradicional leonés, de la cofradía del Silencio en el interior de la iglesia del Convento de San Francisco. Hugo y Luisma se retiran rápidamente a descansar, pues al día siguiente salen con la cofradía de Minerva, en una procesión que recoge varios momentos de la Pasión, teniendo como titular a la sencilla, pero maravillosa, imagen de la Virgen de la Amargura. Ocho son los pasos que desfilan en la tarde del Miércoles Santo por el centro de León, mientras la cofradía de la Agonía lo hace por su querido barrio de Santa Marina y el Silencio, esta vez en la calle, pero haciendo honor a su nombre, lleva a las imágenes del Señor de Medinaceli y el Cristo de la Expiración ante la estatua de la Inmaculada situada en la plaza del mismo nombre, para hacerla a Ella también protagonista cantándole una Salve, el regalo que los hermanos del Silencio la hacen una vez al año.
Este día tiene unos clarísimos “conectores” con el siguiente, y es que cuando el reloj marque las doce, de la puerta de la Parroquia de Santa Marina la Real saldrá un grupo de papones del Desenclavo escoltando al mantenedor, personaje que cada año varía y que cada noche de Miércoles a Jueves Santo hace un recorrido, acompañado de los papones de morado y negro, que iluminan las calles de su barrio con antorchas, por algunas calles de la ciudad, describiendo en las paradas que va haciendo, en determinados puntos, diferentes aspectos de la misma. Al mismo tiempo, la pequeña puerta de la Parroquia de San Marcelo se abre para dejar salir a la espectacular imagen del Cristo de la Agonía, popularmente llamado “de los Balderas”, copia exacta del original que ya no procesiona. Es un Cristo que no deja a nadie indiferente, la cruda realidad del drama del Calvario queda perfectamente reflejada en ese cuerpo crucificado que en esa noche es llevado a hombros, sin trono alguno, por cinco hermanos de la cofradía de las Siete Palabras. El resto de la cofradía le acompaña con cirios, y su banda de música pone el acompañamiento perfecto para ese Vía Crucis procesional de recogimiento y oración por las calles aledañas a su iglesia de sede. Un Vía Crucis que terminará tarde, los papones de las Siete Palabras se irán rápidamente a dormir, ya que no tienen mucho tiempo, por la mañana deben volver a la plaza de San Marcelo para pregonar, a caballo, por todo León, que al día siguiente celebrarán su día grande, con el sermón y la procesión de las Siete Palabras. Pero no son los únicos que no han tenido mucho tiempo para descansar esa noche. Por la plaza Mayor puede verse una original Cruz de espejos que anuncia la llegada de la procesión matutina del Jueves Santo: las Bienaventuranzas, y sus cincos pasos con los que quieren recordar, ante la Catedral, el Sermón de la Montaña. Al pasar por la estrecha calle Plegaria, el cortejo se detiene para realizar una ofrenda ante la pequeña, pero acogedora, Capilla del Santo Cristo de Fuera de San Martín. Hoy es el día grande de Cristian y de Sarita, componentes de la agrupación musical propia de la cofradía; de Juan Carlos, seise de la misma, cuyo hijo pertenece también a la agrupación, y de Álvaro, joven papón con tanto sentimiento como los mayores hacia su cofradía, ¡o más! Todos ellos acompañan, en esa fría mañana de Jueves Santo, al “Moreno”. Y bajo sus andas, cubiertos con el capillo azul celeste, se encuentran Jonathan y Pablo, los hermanos Llamazares, que, como he dicho, no han tenido mucho tiempo para descansar: el día anterior tocaban con su banda, “La Cena”, en Madrid, pero el mínimo descanso es suficiente si se trata del “Moreno”. La procesión llega a su punto álgido cuando los cinco pasos se paran ante la Catedral, como siempre, majestuosa, y se pronuncia el Sermón de las Bienaventuranzas. A su finalización, los braceros cogen las andas de los pasos a pulso y los levantan, al cielo, fundiendo el color azul de los capillos con el azul del cielo madrugador. Se recogerán tarde, pero con un margen de tiempo suficiente para comer, descansar y disfrutar del resto de procesiones de este día, ya por la tarde.
Cuando son las siete y media, la calle Corredera recibe a la cofradía de María del Dulce Nombre, cuyas hermanas conmemoran algunos momentos claves del Vía Crucis, entre ellos el encuentro de Jesús con las mujeres de Jerusalén camino del Calvario, perfectamente representado en Nuestro Padre Jesús del Consuelo, y la Piedad, la Virgen con Jesús muerto en sus brazos, que no es otra que una copia, a tamaño natural, de la Virgen del Camino, patrona de León. Mientras tanto, en la plaza de la Catedral, los componentes de “La Cena” vuelven a la carga con la que podría decirse que es su procesión principal, de nuevo junto a su querida hermandad de Santa Marta. El magnífico grupo escultórico de la Sagrada Cena abandona la plaza tras la bendición de los panes que lleva en la mesa, que serán repartidos tras recogerse, detrás de los tres pasos que le preceden. A los sones de “Cáliz de Eterna Alianza”, la marcha de Alberto Hernández, transcurre la procesión en un corto, pero intenso, recorrido. ¿Os acordáis de Laura? Como no puede ser de otro modo, va pujando su querido paso del Lavatorio de los Pies, hoy es su día. Aunque tendrá, seguramente, la mente puesta, también, en el patio de las Trinitarias, de donde, en breves, saldrán a la calle, igual que lo hicieron el Domingo de Ramos, pero de una forma distinta, sus hermanos del Gran Poder. El Cristo que hace días entraba triunfante en Jerusalén, hoy va camino de la plaza de la Catedral, donde aún quedará el olor del incienso de la hermandad de Santa Marta, para despedirse de su Madre antes de celebrar, junto a sus discípulos, la cena pascual. Mir y Nerea estarán, indudablemente, por ahí, al igual que los compañeros de banda de Laura: Jesús, Lucía, Marcos… hoy, las primeras pujan las imágenes de Marta y María, que acompañarán a la Virgen del Gran Poder en su caminar, intentando aliviar su dolor. Termina el día con la cofradía del Desenclavo y su procesión tras el acto de tinieblas en la Parroquia de Santa Marina la Real, con el Santo Cristo de las Injurias y la fantástica Virgen del Mayor Dolor.
Este día de Jueves Santo tiene, también, un conector muy claro con el siguiente. Llega uno de los momentos más esperados de la Semana Santa: la Ronda de la cofradía de Jesús Nazareno, encargada de anunciar por toda la ciudad la salida, esa misma madrugada, de su procesión. Todos los personajes de este pregón de dan cita sobre las seis de la mañana en la Iglesia de Santa Nonia, donde esperan los trece pasos que han de salir a procesionar. A esa hora, en la iglesia y sus alrededores se ven túnicas y mantillas y peinetas por todas partes. Jorge sale pujando El Expolio; Ana va con su banda, del mismo modo que Dani, Sarita, Cristian, Javier, Iván y Laura con las suyas; Luisma buscará brazo en La Dolorosa y varios componentes de “La Cena” habrán cambiado su uniforme alabardero y su gorro de tres picos por una túnica y un capillo; mientras que el resto de la banda, al igual que Mir, Nerea, Javi, Susana, las dos Lydias, Hugo, Patri y Ruth, irán cogiendo sitio por el recorrido para ver la procesión. También se puede ver a Ferlo, cámara de vídeo en mano, dispuesto a inmortalizar todos los momentos de esa mañana mágica. Es Viernes Santo. Cuando son las siete y media, todos ellos se agolpan con el resto de papones y el público asistente para recibir, al igual que el primer rayo de Sol de ese día, a Nuestro Padre Jesús Nazareno, pistoletazo de salida para la procesión, que pone rumbo a la plaza Mayor para llevar a cabo el momento por excelencia de la Semana Santa: el Encuentro. La plaza, totalmente abarrotada. El Nazareno ocupa el centro de la misma, frente a Él hay un pasillo libre de gente, el único espacio vacío de toda la plaza. Por un lado, se empieza a ver llegar el palio único, en cuero repujado, de La Dolorosa. Por el otro lado, San Juan. Los otros diez pasos rodean al Nazareno, situados por toda la plaza, contemplando como los pasos de La Dolorosa y de San Juan se acercan, hasta quedarse frente al Nazareno. Los braceros de San Juan le inclinan, en perfecta coordinación, haciendo una reverencia ante La Dolorosa. “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre”, el momento que año tras año es esperado con una ilusión desbordante arranca el aplauso de toda esa marea humana congregada para contemplarlo y compartirlo, el público con los papones y los papones con el público, con todo el público. Desde los privilegiados con balcones, muchos de ellos engalanados para la ocasión con reposteros, hasta el que está situado en la última fila y alza el cuello lo máximo posible para no perderse detalle. Desde el bracero titular hasta el monaguillo con farol o incensario. Desde el que lleva viniendo toda la vida a verlo, y aún así le sigue emocionando, hasta ese matrimonio que parece, por su acento, ser extranjero y que no para de fotografiar los pasos. Laura, entre la legión de papones, contempla el gran momento emocionada, hasta que arranca de nuevo el cortejo, poniendo rumbo al patio de la Real Basílica de San Isidoro, para efectuar un corto descanso y coger fuerzas para volver a la Iglesia de Santa Nonia, con unos sones que nos recuerdan que la muerte no es el final. Laura, mientras escucha la marcha, piensa eso, lo reflexiona en su interior: la muerte no es, no puede, ser el final.

Las horas han ido pasando y el Nazareno ya descansa en su iglesia hasta el año que viene, Ferlo ha conseguido unos fantásticos vídeos que servirán, durante todo el año, de recuerdo. Ahora, el protagonismo está en la plaza de San Marcelo, donde el piquete a caballo de la cofradía de las Siete Palabras marca el comienzo de su procesión. Javi se encuentra ahí, y, como no podía ser de otra forma, con su inseparable cámara de fotos. Ve pasar el estandarte de la Primera Palabra, “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”, que espera poder tener pronto, como los otros seis estandartes, un paso detrás que represente ese momento. Le sigue el estandarte y el paso de la Segunda Palabra, “Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”. A medida que va pasando el paso de la Tercera Palabra, un paso de Calvario que representa el momento en el que Jesús le dice a María “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y a San Juan, “Hijo, ahí tienes a tu Madre”, Javi vive su propio calvario al acordarse de todos aquellos que ya no están, que no son pocos, y que tanto echa de menos. Sus recuerdos circulan por su mente hasta que, como si de un sueño se tratara, vuelve a la realidad, al acordarse de los que aún están aquí, que son muchos también, y de que con ellos recibirá, en honor de los que ya no están, a la primavera, con sus nubes de incienso colándose por todas las esquinas. Su sensación de desamparo se va definitivamente, se la lleva el Cristo del Desamparo y Buen Amor, representando la Cuarta Palabra, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Le siguen el Cristo de la Sed y el espectacular Cristo de la Sangre, tan característico en León por ser el único Cristo al que se le escapa una lágrima. Cierra la procesión la grandiosa figura del Cristo de la Agonía, el “de los Balderas”, representando la Séptima Palabra, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Casi al mismo tiempo, sale a la calle la procesión del Santo Entierro, la procesión que, dependiendo de si el número de año es par o impar, tendrá un recorrido u otro, unos pasos u otros y, en definitiva, un organizador u otro. Si es año par, será, de nuevo, la Iglesia de Santa Nonia la que albergue a los papones, que serían de la cofradía de Angustias. Con un recorrido muy similar al de la cofradía de Jesús Nazareno esa mañana, diez serían los pasos que representarían el entierro de Cristo y la soledad de la Madre. Para Marta, papona que vive en Barcelona a ratos, como ella misma dice, uno de sus favoritos es el Santo Cristo, una imagen sencilla, que parece invitar a la oración y al que, según comentamos una vez, le pegaría llevar horquetas marcando el ritmo, al igual que los pasos de la Redención y del Silencio, un toque muy leonés. Si el año fuera impar, la procesión partiría con nueve pasos desde el patio del Convento de las Benedictinas, las “Carbajalas”, y la organizaría Minerva, destacando el impresionante, en todos los sentidos, paso de El Descendimiento, el paso más grande de todo León. Me acordaría entonces especialmente de Rafa, quien, tras pujar esa mañana el paso de La Exaltación de la Cruz, en esa noche lleva sobre sus hombros a San Juan, sudario en mano, que camina acompañando a la Virgen de la Soledad, que aunque sea de la Soledad, no la deja sola. Dos itinerarios pasionales con un mismo sentir, que dependiendo del año veremos organizarse por unos o por otros, llevando ambos el cuerpo sin vida del Salvador en un sepulcro por las calles de León.
Ana amanece al día siguiente nerviosa, de una forma diferente a la que lo ha hecho los días anteriores cuando tenía que tocar, y no es para menos, hoy es su gran día. A las siete y cuarto de la tarde se pone en marcha, desde la Catedral, el solemne cortejo procesional que lleva al Santísimo Cristo Esperanza de la Vida a buscar algunas de las iglesias más emblemáticas de León para entregarles el fuego pascual, con el que los cirios pascuales serán iluminados a medianoche. Mientras tanto, la gente de “La Cena” acompaña la marcha del Cristo del Desenclavo en dirección a la plaza de San Isidoro, para hacer honor a su advocación y ser desenclavado y depositado en un sepulcro, ante la atenta mirada de Nuestra Madre María Santísima del Desconsuelo. Cuando la noche está echada por toda la ciudad, una persona ve, desde una esquina, a una Virgen, vestida totalmente de negro; acompañada de María Salomé y María Magdalena; con cuatro candelabros plateados, en las esquinas del trono, sobre el que va siguiendo al Cristo de la Paz y la Misericordia en su traslado al Sepulcro. La Virgen de la Soledad, de la hermandad de Jesús Divino Obrero. Bonita, emotiva, una devoción de barrio. León se transforma en una ciudad de luto. El bullicio y el esplendor de los días anteriores cesan para dejar paso a una elegante sencillez. Silencio al compás de este fúnebre cortejo, tan solo se escucha el eco de los días pasados. Ecos de las calles, ecos de cornetas y tambores… mientras veo a la hermandad del barrio de El Ejido acercarse de nuevo a su iglesia, surge en mi mente la pregunta: ¿y yo? ¿Qué hay para mí en todo esto?...

Cuando la procesión de procesiones, El Encuentro, sale a las calles de León el Domingo de Resurrección, a hombros de los mismos que la noche anterior llevaron, enlutada, a la Virgen de la Soledad, y una bandada de palomas, soltada en la plaza de la Catedral, revolotea por el cielo primaveral, yo bajo del cielo y vuelvo al autobús. Mario me está dando golpecitos en el brazo: ya hemos llegado a Valladolid. Me despierto, estoy tranquilo, le miro a él y a mi alrededor, y vuelvo a mirar los folios. Por supuesto, siguen en blanco. Pero ahora es diferente. Ahora puedo leer lo que hay escrito en ellos. Mientras bajamos del autobús, Mario me dice que no he parado de hablar durante todo el viaje, mientras dormía, y me pregunta si estaba soñando. Yo le digo que sí, pero no le digo el qué, ni con quien. No le digo que he estado pujando con María José y con Jorge bajo las órdenes de Susana; ni le digo que he estado disfrutando con Javi y su cámara de fotos; ni que he asistido al emocionante canto de Laura al Gran Poder; tampoco le digo que he estado escuchando a Ana tocar la corneta; que he estado con Luisma, Hugo, Ruth, Patri y las dos Lydias tomando unas limonadas, nuestra bebida de Semana Santa; que he estado con Mir viendo a Dani tras los mantos de las Vírgenes; que he estado paseando por el centro de León cogido del brazo de Nerea; que he visto a Ferlo, con su cámara de vídeo o que se me han puesto los pelos de punta al escuchar a “La Cena”. Gente que, año tras año, hace posible que se levante el telón de la primavera, telón que, durante todo el año, esperamos que se levante para dejar paso a la obra que durante meses se prepara y ensaya, con paciencia, pero con decisión. Y es de esa obra de la que, con este texto, pregono sus verdades, transmitidas de generación en generación durante siglos, haciendo que hoy seamos nosotros quienes las vivimos y disfrutamos. Parte de nuestra esencia y nuestra cultura, una cultura que, como he dicho, se comparte con todos los demás. Degustemos pues, todos juntos, el néctar con olor a incienso y sabor a torrija y a limonada, sensual y único, y sintamos la pasión, el éxtasis que solo lleva consigo… la Semana Santa de mi León.

FIN

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