Lunes Santo, cuando toda la ciudad de Ávila se llena de
verde y blanco, cuando se puede contemplar a pocos centímetros de ti a esa
Esperanza abulense y a su hijo de la Salud traicionado. En el interior de la Iglesia de San Ignacio de
Loyola todo está preparado al más mínimo detalle. Los braceros se colocan la
faja, los capuchones sobre los bancos esperan que las puertas se abran para
poder cumplir un año más con su Estación de Penitencia.
El momento ansiado ha llegado la Cruz de Guía ya está en el
umbral de la puerta. Un martillo avisa la previa salida de Jesús de la Salud,
que con suma paciencia los braceros pasan la pequeña puerta hasta poner al Rey
del Cielo en las empedradas calles de Ávila. Entre árboles y a la vera del
olivo Judas traiciona a su Maestro, al que había acompañado durante sus
predicaciones. ¡Que imagen Señor poder contemplar tu rostro sereno, viendo lo
que te va a llegar!
Momento esperado del día, a la puerta de la Iglesia está
Ella, la Reina de la Esperanza. Sin protegerse del palio sale a pulso de los
brazos de sus hijos, de esos que la quieren como una Madre. Entre aplausos y
alegría sin darnos cuenta la Esperanza ya se está paseando por las calles. Ella
tiene un cometido ir a casa, no podía faltar su visita que frente a frente a la
puerta se queda con las ganas de atravesarla. Añoranza y tristeza al revirar hasta
San Juan, pero con el canto de su Salve, las lágrimas parece que se han
apaciguado. El sol resplandece desde lo más alto del cielo azul, el agua ha dejado
este año que en este día lo único que llueva fueran los pétalos, que desde los
balcones de Blasco Jimeno, arrojaban los vecinos del barrio. Un manto de
colores dejaba a su paso la Esperanza, y en cada levantá del palio caían esos
bellos colores.
Un arco es el momento clave para ver como el esfuerzo de los
braceros llega a su momento más alto. El trabajo que durante todo un año ve el
fruto en este día. Rodilla en tierra, ya no hay marcha atrás. Y para hacer más emotivo el momento la levantá por la Peña de Salud y Esperanza, que gracias a ellos la Hermandad se ha intensificado más en sus labores. El vaivén del
palio rozando el arco hace que las lágrimas de los asistentes y braceros salgan
a la luz al contemplar tal imagen que parece ser imposible. El esfuerzo se hace
mayor cuando la Esperanza cruza su arco, cuando el trabajo realizado y bien
hecho a merecido la pena, y hay que subirla al cielo, cuando el grito del
bracero se intensifica y te hace llorar con más emoción.
Desde el barrio de las Vacas, Jesús muere en la cruz, la
vida y la Ilusión han sido reducidas hasta el dolor de la muerte. Las cuestas
de Ávila, la Muralla, sus calles estrechas y arcos se hacen participes de este
acontecimiento mientras los anderos mecen a su Cristo con su vaivén.
La Esperanza se apresura para llegar a la Catedral, la plaza
se ha quedado pequeña para los cientos de abulenses que quieren ver este
Encuentro. El Cristo de la Ilusión llega por la calle de la Muerte y la Vida.
Un año más están frente a frente. El blanco y el verde son uno sin distinción,
la Madre derrama lágrimas ante su Hijo muerto. ¡Que dolor madre mía verte llorar por tu Hijo,
al que como un malhechor lo arrojaron a la cruz, muerto lo ves y te postras
ante sus plantas! Suena la Saeta que hace que este momento brille con luz
propia, haciendo que se pare el tiempo por un instante y se rompa por los
aplausos del público. 25 años lleva Ávila contemplando este bello encuentro y
que perdura en el tiempo.
La calle de la muerte y la Vida vuelve a ser partícipe en
esta noche cuando entre las sombras que proporciona la Catedral pasa Jesús de
la Salud, y la Virgen de la Esperanza. Las saetas se acentúan en esta pequeña
calle que desde los balcones entonan letras de emoción y sentimiento.
Todo tiene su fin, y la Virgen de la Esperanza llega
cansada, agotada de pasear por su ciudad. Se la ve en los ojos que quiere
seguir caminando pero no puede. La pena al ver morir a su Hijo ahonda en Ella y
tras entrar en San Ignacio, culmina un largo Lunes Santo que hasta dentro de
menos de un año no podremos volver a repetir. El Canto de la Salve pone fin a
este día. Ávila ha llorado, ha sentido, se ha emocionado. Este es el sentimiento
puro de la Semana Santa. Una locura que día tras día solo unos pocos llevan en
su corazón y hace que perdure en el tiempo infinito y dejando estampas tan
bellas como las vividas en la mágica tarde del Verde y el Blanco.
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